La de la dorada época de los ochenta
Una de las navidades que más recuerdo son las de aquellos años ochenta, cuando era un zamarro de la primaria de un colegio nacional. Estas festividades fueron tan explosivas, no sólo por los estallidos de cohetes, silbadores, calaveritas , sino por los petardos del terrorismo de Sendero Luminoso.
En mi mente llena del libro Venciendo, la aritmética, Manco Cápac, Lautaro y el do del clarinete de Yola Polastri, interpretaba la oscuridad de todo el barrio y el distrito, por la voladura de torres de alta tensión de los terroristas , como un escenario bucólico, particular, intimo. Cómo si todo formase parte del escenario de una película.
Oí a la voz por la radio Phillips a cuatro bandas de un señor chileno llamado Miguel Humberto Aguirre que pedía calma a la población. Entonces , devoraba un trozo de panetón Monterrey , previa taza de chocolate Cuzco, mientras mi madre rezaba por un familiar de cierta provincia.
Me importaba una cresta , si mi viejo podía comprarme una bicicleta Monark , un Atari o una pistola de Bakelita, sólo me preguntaba porqué todas las navidades eran con apagones y se hablaba de un estado de emergencia. Tiempo después, cuando unos milicos casi me llevan por no portar mi libreta electoral de tres cuerpos, descubriría el horror.
No obstante, para bien o para mal fueron unas navidades que difícilmente olvidaré. Nunca antes un cohetón provocó tanta confusión y un estado de alerta en un comando, un policía . Nunca antes la pólvora convivió, paralelamente, con la alegría de unas fiestas de “`paz y amor” y la insanía de un grupúsculo chiflado y maldito.
¡Feliz navidad para todos!
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