Setiembre y la caída de Guzmán
Aún recuerdo el día que el terror terminó, en parte, con la captura del ogro Abimael Guzmán. Me encontraba en la jato de un compañero de la universidad, practicando llaves de Judo, cuando escuché la noticia por la tele. Abimael Guzmán había sido detenido, sin un disparo y no era una broma de inocentes o un sketch cómico. Aquel instigador de una guerra absurda, todo desafiante, hablaba a sus captores que las ideas no morían, obviando todo lo malo que ocasionó (ver CVR y no la biografía de Santiago Roncagliolo)
Entonces, provocaba hacer fiesta y poder salir de casa sin que amaneciera-como muchos- hecho spaghetti y ropa con un coche bomba. Por fin, el vecino de enfrente, que era aparador dejaría de usar su maldito grupo electrógeno que elevaba mi neurosis y quizá la de toda la cuadra de cierto lugar de Lima.
No importaba que después Valdimiro Montesinos hiciese un circo con el cabecilla, ni el régimen ganase puntos para la re-re-reelección, ese setiembre de 1992 no sería olvidado nunca más no solo para la población harta de la sangre y mugre, sino para quienes lo hicieron posible.
Lástima que, ahora al 2011, y en medio de psicosociales de amenazas de bomba, El Comercio no entrevistase ni a los pacificadores Miyashiro ni a Jiménez y prefiriese, al lugar común Ketín Vidal; la labor fue conjunta y no sólo de uno. No sé si todos los que vivieron esos días se regocijaron, pero algo cambio en mi, desde entonces. Ya podía largarme a casa de un ex amor, sin temor a un reten de polis pidiendo documentos-era menor de edad- y descartar la posibilidad que me enviasen al Huallaga a matar o morir despedazado. Ni más ni menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario